Texcoco, Edomex.- Los paréntesis de eternidad existen. La música es uno de ellos. De tal manera, Las Voces de la Montaña confluyen, forman parte de una razón de ser, y entonces es posible sentir su trascendencia y mirar y asumir el mundo de distinto modo.
Aquí en esta localidad de significativa resonancia histórica, política y cultural, es posible experimentar la cercanía del cielo.
Durante la realización de la cuarta edición del Festival de Música Voces de la Montaña ocurrió lo impensable: zarandear el habitual ir y venir de las personas, sorprender a los visitantes, detener el paso de la gente en pleno corazón de Texcoco al advertir que de alguno de los balcones frente al Jardín Municipal emanaba música, en tanto que el distante director de esa surrealista orquesta polifónica marcaba la rítmica musical en plena acera, a unos pasos de la estatua de Silverio Pérez.
Y un día antes, en la Alameda Texcocana, también se generó una sintonía poco usual: el espíritu musical de Oaxaca en franco desarrollo y amalgama con cientos de almas texcocanas que entonaban y llevaban el ritmo de la música y las canciones emblemáticas que distinguen el quehacer artístico de Susana Harp.
Es decir, Texcoco se cubrió, literalmente, de una marejada musical durante el fin de semana.
Y tal vez sin pretenderlo, decenas de personas arroparon a las bandas de aliento, a los artistas de la montaña que de generación en generación han hecho de la música su hábitat interior, su manera de expresar el orgullo de ser texcocano.
Tanto el corazón de Texcoco como todo su Centro Nervioso se colmó de música de 19 bandas, alrededor de 400 músicos, que interpretaron por su lado representativas piezas clásicas y populares durante una hora, y posteriormente, al unísono, al compás de La Marcha de Zacatecas, avanzaron y se reunieron en el Jardín Municipal.
Ahí ofrecieron un magno concierto de alta densidad.
Ahí la gente los hizo suyos, les cubrió de aplausos y gratitud.
Ellos, los 400 músicos, al centro, y las personas alrededor, de pie, en las jardineras, en las aceras, a la escucha, en el disfrute de ese paréntesis de eternidad.
Toda una experiencia de vida que se ha instalado en la memoria de cientos de infantes, jóvenes y gente madura.
La música ha hecho el milagro: ejercitar la capacidad de asombro, hacer de lado la rutina, intercambiar sonrisas con el familiar, el vecino e inclusive personas en apariencia desconocidas.
La música y las Voces de la Montaña, su espiritualidad han ratificado su condición de bálsamo social ante la violencia cotidiana. Y Texcoco, de nueva cuenta, fortalece su condición de tierra mágica, de centro cultural y sitio donde suceden cosas inesperadas, vitales, armoniosas, emancipadoras.