Perder
la poesía,
es renunciar al aire,
al vuelo del pájaro,
al viento en la cara.
Aceptar
el terror
disfrazado
de los días.
Sentir que
la tristeza
invade raíces
milenarias.
Que la voz
ancestral,
calla:
¡tiempos nuevos!
¡mejores rumbos!
Es vivir el
edén pasajero,
con la ilusión
persistente
de morir
en la raya.