El Tijeretazo Político
Joaquín Bojorges
En memoria a mis hermanas y hermanos mexicanos que perdieron la vida, que Dios los tenga en su Santa Gloria.
A las 7:19 de la mañana, la Ciudad de México se estremeció como nunca antes. Un rugido subterráneo, profundo y prolongado, sacudió la capital durante casi dos minutos. El epicentro, ubicado frente a las costas de Michoacán, liberó una energía de magnitud 8.1 que se propagó con furia hacia el corazón del país.
Las calles, aún adormecidas por la rutina, se convirtieron en escenarios de horror. Edificios emblemáticos como el Hotel Regis y el complejo Nuevo León de Tlatelolco colapsaron en segundos. Más de 400 estructuras se vinieron abajo, 30 mil viviendas quedaron inhabitables, y el número de muertos —oscurecido por la opacidad oficial— se estima entre 3 mil y más de 10 mil.
Pero entre los escombros no sólo hubo tragedia. Surgió también una fuerza inesperada: la sociedad civil. Jóvenes, médicos, amas de casa, obreros... todos se volcaron a las calles con palas, cuerdas, y manos desnudas. Nacieron los "Topos", brigadas espontáneas de rescate que se convirtieron en símbolo de esperanza y valentía.
El gobierno, encabezado por Miguel de la Madrid, reaccionó con lentitud y silencio. La ausencia de protocolos y la falta de transparencia agrietaron la legitimidad institucional. En contraste, la ciudadanía se organizó, exigió vivienda, reconstruyó barrios y sembró las bases de una nueva conciencia política.
El sismo de 1985 no sólo transformó la arquitectura de la ciudad, sino también su alma. Se endurecieron los reglamentos de construcción, se creó el Sistema de Alerta Sísmica en 1991, y se fundaron nuevas instituciones de protección civil. Pero más allá de las leyes, quedó una memoria colectiva que cada 19 de septiembre se revive con sirenas, simulacros y silencio.
Y justamente 19 de septiembre de 2017 después unas horas de haber realizado el simulacro como medida de prevención, y recuerdo, tal pareciera que la vida nos jugará chueco (como dicen en mi pueblo), exactamente a la 1:14 de la tarde. Apenas habían pasado unas horas desde el simulacro conmemorativo del sismo de 1985, cuando la tierra volvió a rugir. Un movimiento telúrico de magnitud 7.1 sacudió el centro de México, con epicentro en Axochiapan, Morelos. La coincidencia con la fecha no fue solo simbólica: fue una herida abierta que se volvió a desgarrar.
En menos de un minuto, 49 edificios colapsaron en la Ciudad de México. Las delegaciones Cuauhtémoc, Benito Juárez, Coyoacán y Xochimilco fueron las más afectadas. El Colegio Enrique Rébsamen, donde murieron 26 personas —19 de ellas niños— se convirtió en el símbolo más doloroso de la tragedia. En total, más de 300 personas perdieron la vida.
Las imágenes eran devastadoras: fachadas abiertas como libros, pisos apilados como hojas, y una nube de polvo que cubría el cielo. Pero en medio del caos, emergió una fuerza que ya había demostrado su poder décadas atrás.
Sin esperar instrucciones, miles de ciudadanos salieron a las calles. Jóvenes con cascos improvisados, brigadas espontáneas, cadenas humanas para remover escombros, víveres que llegaban en bicicletas, taxis que se convertían en ambulancias. No hubo convocatorias: hubo voluntad. Como escribió Emilio Viale en 1985, ’¿Quién convocó a tanto muchacho?’. Esta vez, la respuesta fue la misma: nadie. Todos acudieron.
El Ejército, la Marina, Protección Civil y los cuerpos de rescate se sumaron a la movilización. Pero fue la ciudadanía la que marcó el ritmo, la que organizó centros de acopio, la que gritó ’¡Silencio!’ para escuchar si alguien seguía vivo bajo los escombros.
A diferencia de 1985, esta vez hubo redes sociales. Twitter y Facebook se convirtieron en herramientas de rescate, denuncia y coordinación. Pero también evidenciaron la fragilidad institucional: construcciones irregulares, negligencia en permisos, y una falta de fiscalización que costó vidas.
El sismo de 2017 no solo sacudió estructuras físicas. Sacudió la conciencia nacional. Recordó que la memoria sísmica no puede ser solo ritual: debe ser política, técnica y comunitaria.
A 40 años del desastre, la Ciudad de México sigue temblando, pero también sigue resistiendo. Porque aquellos días (1985 y 2027), entre polvo y lágrimas, México descubrió que su mayor fuerza no está en el concreto... sino en su gente.