"El manto que sustituyó a los dioses prehispánicos"


La evangelización tras la conquista no fue un acto improvisado: fue una estrategia profundamente estudiada, afinada por teólogos, cronistas y administradores coloniales

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"El manto que sustituyó a los dioses prehispánicos"
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Diciembre 12, 2025 16:19 hrs.
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El Disidente
Antares Cervantes

"El manto que sustituyó a los dioses prehispánicos"

En la historia de México hay episodios que, sin necesidad de misticismos, parecen salidos de un guion milimétricamente calculado. La evangelización tras la conquista no fue un acto improvisado: fue una estrategia profundamente estudiada, afinada por teólogos, cronistas y administradores coloniales que entendieron algo esencial para dominar un territorio: no se derrota una cosmovisión destruyéndola, sino reemplazándola. Y así, en apenas unas décadas, las antiguas deidades mexicas, purépechas, tlaxcaltecas y de todas las regiones sometidas cedieron su lugar a una sola figura: la Virgen María.

Los frailes franciscanos, dominicos y agustinos entre ellos fray Toribio de Benavente, Sahagún, Motolinía o fray Diego Durán documentaron con minuciosidad el impacto psicológico que causó el derrumbe del imperio mexica. Los pueblos, tras la catástrofe de la viruela y la caída de Tenochtitlán, buscaban certezas. Ese vacío espiritual era, para los evangelizadores, ’tierra fértil’.
Sahagún lo explica en su Historia general de las cosas de la Nueva España: ’Para atraer a los naturales, no debemos destruir sus creencias sin antes ofrecer otras que las sustituyan con suavidad, para que no queden sin amparo en el mundo.’

Así nació la estrategia del ’acomodo’, que varios historiadores contemporáneos entre ellos Serge Gruzinski y Jacques Lafaye describen como el proceso mediante el cual los españoles reinterpretaron símbolos indígenas para hacerlos compatibles con el cristianismo. No prohibieron las montañas sagradas: las coronaron con capillas. No desaparecieron los calendarios rituales: los hicieron coincidir con fiestas cristianas. No borraron a las deidades femeninas como Tonantzin, que era un título de veneración prehispánico utilizado para diversas deidades femeninas en la cultura mexica, principalmente asociado con la diosa Coatlicue: diosa azteca de la tierra, la fertilidad, la vida y la muerte, representando la dualidad entre creación y destrucción.
Cihuacóatl: diosa de la fertilidad, la maternidad y el parto, protectora de las mujeres que fallecían durante el alumbramiento, y Tocih: diosa de los médicos, parteras, temazcales, yerberas y adivinos, asociada con las parturientas y la guerra. Todas ellas eran consideradas madres de los dioses y figuras centrales en la cosmogonía mesoamericana, así surgió la fusión con una nueva figura maternal, más dócil, más europea, pero igual de poderosa: María.

El ejemplo más claro está documentado por Sahagún cuando denuncia que los indígenas acudían al cerro del Tepeyac ’a adorar a la antigua Tonantzin’, aunque en ese mismo lugar ya se veneraba a la Virgen. Para él era un escándalo; para la corona española, una oportunidad.
Lafaye sostiene que esta fusión no fue accidental: fue el pilar del sincretismo que permitió que la devoción mariana se expandiera como un incendio en la Nueva España. No se les arrebató a los indígenas su divinidad maternal: simplemente se les ofreció otra con rostro distinto, pero con funciones equivalentes.

El éxito de esta estrategia se reforzó con tres factores: la destrucción selectiva de templos, la creación de imágenes milagrosas que sustituyeran a los ídolos, y la educación por medio de artes visuales. Pinturas, retablos, villancicos, procesiones: todo se convirtió en un vehículo pedagógico.
El historiador David Brading lo resume así: ’La evangelización no se hizo sólo con palabras, sino con imágenes que se volvieron imprescindibles para la fe.’

En menos de un siglo, los dioses mexicas con sus vastos complejos simbólicos quedaron relegados, no por la fuerza militar, sino por la eficacia narrativa. Los españoles ofrecieron un relato nuevo, uno que reemplazaba el orden cósmico anterior sin destruir del todo su estructura emocional. Los indígenas no abandonaron a los dioses: les cambiaron de nombre.

La devoción mariana en México no es, entonces, una simple herencia religiosa: es una operación histórica de sustitución cultural tan precisa que aún hoy, quinientos años después, sigue definiendo la identidad espiritual de un país entero, que olvidó por completo a sus deidades ancestrales.

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