LETRAS SUELTAS, ALMA FEROZ
Emireth Bollás Mendoza
Y aquí vamos otra vez.
La última vez que me senté para escribir algo en lo que reflexioné —y que alguien más iba a leer — fue en un no tan lejano 25 de noviembre de 2024. Hoy, casi un año, lo hago de nuevo. Escribo sobre algo que, para mí, es pertinente, urgente.
Es increíble cómo las pláticas con las amistades pueden inspirarnos. Justamente fue una de esas la que me trajo de regreso al mundo de las letras. En ese encuentro reflexionábamos sobre lo importante que era compartir lo que pensábamos. Fue ese eco lo que me trajo de nueva cuenta a la escritura.
Pienso en mi Emireth adolescente y en la de muchas otras —las que estuvieron conmigo o en las que ahora viven en su propia adolescencia, completamente distinta a la mía.
De ellas, ¿cuántas chicas estarán escribiendo en este momento?
¿Cuántas de ellas estarán plasmando un diario? ¿Quiénes pensarán que lo que escriben no importa? ¿Vivirán con el miedo de que alguien más encuentre sus letras y les lean? ¿Serán conscientes de que con sus letras pueden inspirar? ¿De qué, al ser leídas, otra persona puede conectar con su historia, su visión del mundo?
El miedo a que ser leídas existe, sí. Pero eso no debería ser una razón suficiente para negarnos a la posibilidad de escribir lo que vivimos, sentimos, pensamos. No deberíamos negárnoslo ni a nosotras, ni a nadie.
Esta primera entrada no aborda datos estadísticos o profundas reflexiones. Es el principio, el inicio. Tiene que ver con dar el primer paso. Tiene que ver con conectar con esa emoción de escribir teniendo la certeza de que merecemos ser leídas.
Tomemos la pluma, el lápiz, el papel, el iPad o el celular, porque escribir es resistir.
Es tomar nuestro lugar en una historia que, durante mucho tiempo, ha buscado invisibilizarnos. Escribir es apropiarnos de nuestras vivencias, nuestros sueños, nuestros miedos, nuestras exigencias. Escribir es recordarnos que nosotras somos las protagonistas de nuestras historias!