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Invierno de fe y familia: que Acapulco reciba la Navidad con esperanza

Invierno de fe y familia: que Acapulco reciba la Navidad con esperanza
Política
Diciembre 24, 2025 12:27 hrs.
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Jorge Laurel González › codice21.com.mx

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’Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla todo el año.’
Charles Dickens (Escritor británico, 1812-1870)!

Diciembre llega con su manera particular de tocarnos el alma. Hay una luz distinta en las tardes, un aire más fresco que alivia el cuerpo y, sobre todo, un llamado silencioso —pero firme— a mirar hacia adentro: hacia la familia, hacia la fe, hacia lo que de verdad importa cuando la algarabía baja de volumen y el corazón se queda a solas con su verdad.

Acapulco, nuestra casa, sabe de contrastes. Aquí el sol suele mandar, pero en invierno se vuelve amable; el mar no pierde su carácter, solo aprende a respirar más despacio. Y en esa pausa, que parece pequeña, pero es poderosa, se abre una oportunidad: la de vivir una temporada invernal buena, próspera y serena. Una Navidad que no sea únicamente comercio y fotografía, sino encuentro. Un fin de año que no sea solamente ruido, sino gratitud.
Como hotelero y restaurantero, y como autor de Turismo con propósito, me toca ver la ciudad desde dos ventanas: la del visitante que sueña con descansar, y la del trabajador local que sostiene, con su esfuerzo diario, la hospitalidad de este puerto. Por eso, cuando deseo una buena temporada, no lo digo como frase hecha: lo digo pensando en las cocineras que encienden temprano el fogón, en el mesero que se aprende nombres y sonrisas, en la camarista que deja impecable una habitación para que otra familia se sienta a salvo, en el músico que anima una cena, en el taxista que carga historias, en la madre que estira el gasto para que haya cena y regalos, aunque sean modestos. Esa es la verdadera Navidad: una red de manos que se ayudan, aun sin conocerse.

Y si hablamos de Navidad en serio, es imposible ignorar su dimensión religiosa. Independientemente de cómo cada quien viva su fe, el mensaje central del nacimiento es claro: la esperanza no llega con fanfarrias, llega en silencio. Llega en un pesebre, en lo sencillo, en lo vulnerable. Nos recuerda que lo humano —cuando se vuelve compasivo— es capaz de reinventarse. La Navidad no nos pide perfección; nos pide bondad. Nos pide reconciliarnos, pedir perdón, ofrecerlo. Nos pide volver a casa, aunque la casa sea una mesa prestada o una reunión breve, pero auténtica.

En Acapulco, esa ’casa’ también es la ciudad misma. Y por eso esta temporada invernal debería ser, además de festiva, un momento de compromiso cívico.

Necesitamos que el turismo sea un abrazo, no una carga. Que el visitante sea aliado, no consumidor indiferente. Que el local se sienta orgulloso, no resignado. Eso se logra con acciones muy concretas: playas limpias, servicios dignos, orden, seguridad, iluminación, señalética, movilidad y coordinación real entre autoridad, iniciativa privada y ciudadanía. Nadie puede solo; ni el gobierno sin sociedad, ni la sociedad sin instituciones, ni los empresarios sin comunidad.

A nuestros visitantes —a quienes eligen Acapulco para cerrar el año— les digo con franqueza y afecto: vengan, disfruten, descansen; el puerto los recibe con lo mejor de sí. Pero háganlo con respeto. Respeten el mar como se respeta un templo: no dejen basura, no lastimen la playa, no rompan lo que otros cuidan.

Respeten a quienes los atienden: un ’por favor’ y un ’gracias’ valen más de lo que creemos; una propina justa es una forma de justicia cotidiana. Respeten la vida local: compren en negocios de aquí, prueben nuestra cocina con curiosidad, pregunten por nuestras tradiciones. Acapulco no es un escenario: es un hogar.

Y a las familias acapulqueñas, les propongo algo sencillo pero transformador: hagamos de esta temporada un acto de unión. En tiempos donde la prisa y las pantallas nos roban el diálogo, sentémonos a la mesa. Conversemos. Escuchemos a los abuelos, abracemos a los niños, cuidemos a los jóvenes. Recuperemos el sentido de comunidad que tantas veces aparece en la emergencia, pero que también puede vivir en la alegría. Si la Navidad es nacimiento, que nazcan también nuevas maneras de tratarnos: con menos dureza y más ternura.

El fin de año, además, tiene un simbolismo que deberíamos tomar en serio: es un cierre, sí, pero también es un espejo. Nos muestra lo que fuimos capaces de sostener, lo que no supimos resolver, lo que nos dolió y lo que nos salvó. En lo personal y en lo colectivo, el 31 de diciembre no debería ser solo un conteo regresivo: debería ser un compromiso. Compromiso de trabajar por un Acapulco mejor, sin cinismo y sin derrotismo. Compromiso de exigir lo necesario, pero también de aportar lo posible. Compromiso de cuidar la ciudad como se cuida a la familia: con presencia, con paciencia y con amor.

Yo creo en un turismo que no se limita a llenar habitaciones o mesas, sino que eleva la vida de la comunidad. Un turismo que genera empleo, sí, pero también orgullo. Un turismo que respeta el entorno y que entiende que la experiencia del visitante depende, en el fondo, de la dignidad del anfitrión. Por eso, esta temporada invernal es una oportunidad de oro: para demostrar que Acapulco puede recibir con excelencia; que puede abrazar con calidez; que puede brillar con responsabilidad.

Que esta Navidad nos encuentre con fe —la de cada quien, a su manera— y con familia, la de sangre o la elegida. Que el invierno sea benévolo con nuestro puerto. Que el trabajo sea abundante y justo. Que haya paz en las calles y en las casas. Y que el Año Nuevo nos pida menos promesas y más acciones: pequeñas, constantes, verdaderas.

Recordemos que solamente Juntos, Logramos Generar: Propuestas y Soluciones.
Jorge Laurel González
Autor de: Turismo con Propósito.

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