La cultura del fraude electoral y sus transformaciones (1/2)

La cultura del fraude electoral y sus transformaciones (1/2)
Política
Abril 05, 2021 03:03 hrs.
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Jesús Ibarra Salazar › Emmanuel Ameth Noticias

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Por 70 años de dominio de gobierno y procesos electorales del partido único PNR-PRI, fue suficiente para la modelación de la cultura del fraude entre la población y, no fue gratuita la declaración de un conocido personaje del Partido Acción Nacional (PAN), al decir que todos llevamos al PRI en nuestra acción política.

Ganar la presidencia a cualquier costo y lograr la mayoría en las cámaras de diputados y senadores, para una actuación del ejecutivo sin sobresaltos, fue el objetivo. Para lograrlo, las leyes debían ser ajustadas de acuerdo con los tiempos y, por decenios, los órganos encargados de la organización y de dictamen de resultados, siempre se encontraron sujetos a la voluntad del presidente y a la cámara de diputados.

La Comisión Federal Electoral, presidida por el Secretario de Gobernación aseguraba la organización de las elecciones para dar el triunfo al partido en el gobierno y el Colegio Electoral se integraba, una vez terminado el proceso de elecciones, con los diputados electos sin reclamo alguno, siempre de mayoría del partido único, que se encargaba de dictaminar sobre las impugnaciones presentadas sobre los resultados del resto de diputados, con dictámenes siempre en favor del partido gobernante.

Acción dinosáurica

En Nuevo León, como militante del PCM, en 1985 participé desde representante de mi casilla, en el distrito federal 3 (ahora 10) y observé cómo, una vez que el elector salía de la casilla, recibía una papeleta que le daba derecho a los tamales del almuerzo.

Representante ante la Comisión Municipal Electoral de Monterrey, reclamé la presencia de un Notario para que diera fe del estado en que se entregaban los paquetes electorales, en bolsas negras y sin atadura alguna. Llegado el notario acude uno de los funcionarios a pedirme que abandone el lugar pues el notario haría mis veces de vigilancia; ante mi resistencia, amablemente me dice que abandone el lugar o lo hará la policía. Fuera del local los representantes de los otros partidos reían y fumaban.

En el reporte del Notario, que a los dos días me entregan, solo un paquete había llegado en las condiciones que yo había atestiguado.

Ese mismo año había una situación de enojo por parte del PAN por los resultados en la elección de gobernador y habría una asamblea municipal electoral para emitir un dictamen a la que decidí asistir para ver de primera mano.

La dicha asamblea se realizó en el Gimnasio Nuevo León y se integraba por los presidentes de casilla, todos jueces auxiliares que constituían la estructura electoral del PRI. La abrumadora mayoría del priísmo militante del partido en el gobierno anuló el activismo del panismo, representado por Javier Livas Cantú.


El voto en carrusel con un padrón igual en cada casilla de la misma sección era lo dominante del fraude, pero se acompañaba con la sustitución de actas en el tramo de la casilla a la comisión municipal electoral, como refuerzo a la alteración de resultados en el llenado de actas, cuando las había, con el voto de ciudadanos fallecidos, con los tacos de votos, de urnas embarazadas y con robo de urnas si el partido en el gobierno sospechaba o sabía que estaba perdiendo la elección.

La oposición era inexistente, el soborno a los representantes de los partidos satélite estaba a todo lo que se podía dar y se presentaba en la misma casilla y en los distintos niveles de representación.

Este año fue, de cierta manera, un catalizador en la lucha electoral. El fraude electoral en Nuevo León impulsó un movimiento nacional que en el estado llevó al panismo a la convocatoria de la Asamblea Democrática en la que participaron algunos dirigentes de este partido y liderado por Javier Livas Cantú. En ella participamos representantes del PCM y del Movimiento de Tierra y Libertad dirigido por el Dr. Héctor Camero Haro, así como ciudadanos relacionados con la militancia panista.

El resultado fue la Ley Electoral Democrática, presentada al Congreso del Estado, en la que, por vez primera se proponen cambios en el proceso electoral que más tarde se incluyen en la legislación federal, como las urnas transparentes con ranura milimétrica, la partición del listado de ciudadanos para emitir el voto en cada casilla y la publicación de resultados en “sábana” al término de la jornada electoral en cada casilla.

1988. Primera transformación

En las elecciones de 1988 se presenta la primera transformación de fraude electoral que, aunque concentrado en asegurar el “triunfo del PRI” en la elección presidencial, los objetivos serían, como siempre, contar con las mayorías en las cámaras. Ya en uso las computadoras, aunque ocultas a la vista de representantes, el artificio fue tumbar al sistema de cómputo, se calló.

Ante el flujo de resultados en favor del Frente Democrático Nacional, con Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano como candidato, al regresar la información a las pantallas de los monitores, Salinas, el candidato del PRI, resultaba ganador.

Este año me encontraba representando al PCM en el distrito federal 3 y fue en esta experiencia que comprendí lo que luego se convertiría en mi actividad principal en la militancia política: Cómo poner en evidencia el fraude electoral, una vez que el 85 había colocado al sistema electoral en crisis y estaba obligado a cambiar, a transformarse incluyendo la práctica de alteración de las votaciones para lograr el objetivo bien establecido.

A cada representante se nos habían entregado hojas de papel del tamaño de una de periódico, una para cada elección, en las que al “cantarse los resultados” podríamos anotarlas y dar seguimiento a los resultados. Inmanejables por el tamaño y tres, una para cada elección, me hice un formato de media carta, con cuatro columnas y la información para cada casilla, una con la lista de partidos contendientes, otra para las votaciones de presidente, de diputados y senadores, de modo que me resultaba sencillo seguir el proceso.

Desde las primeras casillas observé que el PRI obtenía más votos para senador que para presidente y eso me llamó la atención. No era creíble que el candidato Alfonso Martínez Domínguez tuviera hasta cien votos de más que Carlos Salinas de Gortari y, lo más increíble, que la suma de votos de senador fuera mayor en cien votos que la de presidente.

Había en esta sesión, además de los representantes de partido y funcionarios, personas de los medios de comunicación y de ellos una periodista de El Porvenir. Que tomaba nota de las votaciones en un cuadernillo como el que yo tenía. Me acerco a ella y le pregunto si el diario, que dirigía Jesús Cantú Escalante tenía personas en cada distrito. Me dijo que sí.

Al terminar esta jornada de conteo de votos, casilla por casilla, hice una visita a El Porvenir y le pedía al director si era posible que proporcionara copias de los reportes de sus periodistas. La petición fue aceptara y tuve acceso a siete de los once distritos de aquel año.

Y probé que, además de la caída del sistema, para favorecer al PRI en su candidatura de presidente, el fraude había sufrido una transformación, la de alterar los resultados en el llenado de actas, sin menoscabar las otras formas del fraude, las más antigüitas que seguirían presentes hasta el 2006 y cada vez más en retirada.

El fraude cibernético había asomado su cara desde el centro nacional de cómputo, invisible, en tiempo real, que llevaría a demandas sin sustento para implementarse como “limpiar la elección” y luego, en el 2006, el “voto por voto casilla por casilla”.

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