Propuestas y Soluciones
Jorge Laurel González
"La esperanza nos impulsa a mirar más allá de las dificultades, a creer en la posibilidad de un mundo mejor" —Papa Francisco
Hoy, como católico, escribo con el corazón encogido. Ha partido de este mundo Su Santidad Francisco, un Papa que no solo guió a la Iglesia con firmeza y ternura, sino que también abrió las puertas de nuestro corazón a una fe más auténtica, más viva, más humana.
Francisco fue un Papa de gestos sencillos pero poderosos. Su elección, tras la renuncia de Benedicto XVI, fue en sí misma un signo de renovación. Su primer gesto de humildad —inclinarse ante el pueblo y pedir oración antes de bendecir— fue el preludio de un pontificado marcado por la misericordia, la sencillez y el amor incondicional hacia los más pobres y olvidados.
Su legado es inmenso. Desde la encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común, hasta Fratelli Tutti, donde nos recordó que somos hermanos más allá de toda frontera, Francisco no solo predicó, sino que actuó. Denunció la idolatría del dinero, la indiferencia global ante el sufrimiento, y la tentación de una fe cerrada en sí misma. Nos enseñó que ser católico no es refugiarse en certezas cómodas, sino salir al encuentro del otro, especialmente del que sufre.
Hoy lloramos su partida. No solo los católicos; el mundo entero reconoce la estatura moral de un líder que nunca buscó imponerse, sino tocar las conciencias. Francisco fue un pastor con olor a oveja, un testigo alegre del Evangelio en medio de un mundo herido por guerras, injusticias y divisiones.
Ante su muerte, la Iglesia Católica enfrenta un desafío enorme. Con cerca de 2,000 millones de fieles en todo el mundo, sigue siendo la mayor comunidad de creyentes del planeta. Pero el mundo ha cambiado, y la Iglesia debe continuar ese proceso de apertura, diálogo y misericordia que Francisco tan sabiamente inició.
En primer lugar, la Iglesia debe resistirse a la tentación de replegarse. La nostalgia de una cristiandad triunfante puede ser muy fuerte, pero hoy la misión pasa por ser levadura en la masa, luz en las periferias, hospital de campaña en medio del campo de batalla. Francisco entendió que la fuerza de la Iglesia no está en su poder institucional, sino en su capacidad de amar y servir.
En segundo lugar, la Iglesia debe profundizar en la escucha. El Sínodo sobre la Sinodalidad, convocado por Francisco, fue una apuesta por un modelo de Iglesia donde todos —laicos, religiosos, obispos, mujeres y hombres— tengan voz.
La Iglesia del futuro debe ser menos clerical y más corresponsable. El pueblo de Dios camina junto a sus pastores, no detrás de ellos.
Tercero, la Iglesia debe seguir siendo una voz profética en temas como la ecología, la pobreza, la migración, la defensa de la vida en todas sus etapas y formas.
La voz de Francisco en defensa del planeta y de los descartados no puede apagarse con su muerte. Al contrario, debe resonar con más fuerza en cada parroquia, en cada diócesis, en cada corazón cristiano.
Finalmente, la Iglesia debe seguir proponiendo a Cristo no como un moralista riguroso, sino como el amigo fiel, el médico que sana, el buen samaritano que se acerca a las heridas del mundo. No basta con condenar el pecado; es necesario, sobre todo, anunciar la belleza de la vida en Cristo.
Hoy, mientras lloramos la muerte del Papa Francisco, también renovamos nuestra esperanza. Él mismo nos enseñó a confiar más allá de las dificultades, a mirar con ojos de fe. Su sonrisa, su coraje, su ternura nos quedan como herencia. Su vida nos recuerda que el Evangelio sigue siendo la buena noticia para el mundo.Que el Espíritu Santo guíe a la Iglesia en esta nueva etapa.
Que sepamos ser fieles al espíritu de Francisco, no repitiendo sus palabras como consignas vacías, sino encarnando su amor concreto a los pobres, su pasión por la justicia, su apertura a todos.
Francisco no solo fue un Papa de su tiempo. Fue, y será, un Papa para la historia. Un profeta que supo leer los signos de los tiempos y nos enseñó que, aún en medio de las tormentas, la barca de Pedro sigue adelante, guiada por el amor inquebrantable de Cristo.Gracias, querido Francisco. Tu huella permanecerá en nuestros corazones y en la historia de la Iglesia. Descansa en paz, buen pastor.
En las próximas entregas analizaremos las diversas opciones que existen para encabezar el trono de San Pedro. Lo haremos con calma, análisis político, respeto y rigurosidad. Espero que el espíritu santo realmente ilumine el próximo cónclave y que los príncipes de la iglesia recuerden que solamente Juntos, Logramos Generar: Propuestas y Soluciones.
JLG.