Aquí, pensando en voz alta
Ana María Ponce
La llegada de un indigena oaxaqueño a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación es una grata sorpresa que nos anima a seguir luchando por la transformación del país.
Como Nación debemos estar muy contentos porque tendremos una presidencia que sabe el dolor de la discriminación, el olvido y la invisibilidad que han sufrido los pueblos y comunidades indígenas, sobre todo en la noche obscura de 40 años en que se fue reformando legalmente el tema de la mineria a cielo abierto y el despojo de los territorios indígenas para implantar proyectos de muerte.
Los pueblos y comunidades indígenas son los que viven más ajustados a la naturaleza, la cuidan y sostienen para futuras generaciones. Lo que estuvo pasando por décadas, esa limpieza de territorio por parte del estado que debía proteger a todos sus gobernados por igual, con una corte ciega, sorda, pusilánime y entreguista, debe ser un pasado bochornoso en la historia de nuestro país, que no debenos olvidar para evitar que hombres y mujeres indignos vuelvan a tomar decisiones en la Suprema Corte.
Demos la bienvenida a la nueva corte, que estará vigilada en su actuar, además, por un órgano de control autónomo, también votado por el pueblo.
Es motivo de mucho orgullo nacional haber logrado uno de los objetivos del Plan C, herencia de nuestro querido expresidente Andrés Manuel Lopez Obrador, sigamos pues contentas y contentos por los logros que como Nación estamos logrando, que todo el país se pinte de guinda, pues ello se traduciría en que todas y todos los mexicanos queremos que nuestros bienes nacionales sean para que México se convierta en la gran nación, potencia mundial de la que nos ha hablado nuestra primera presidenta de México, Claudia Sheimbaum Pardo.