Las remotas islas en el centro del Pacífico que ningún extranjero visitó en los últimos 72 años


Las remotas islas en el centro del Pacífico que ningún extranjero visitó en los últimos 72 años
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Agosto 10, 2020 13:08 hrs.
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El abuelo del poeta británico Lord Byron tenía un mal día.

La enfermedad había debilitado a su tripulación en el HMS Dolphin, forzándola a tumbarse en hamacas.

Los marineros se balanceaban en medio del calor pegajoso de los trópicos, mientras su barco navegaba lentamente a través del Pacífico.

Ansiosa por controlar el Atlántico sur, la Armada británica le había encomendado al almirante Byron que eligiera una isla frente a la costa sudamericana para que los barcos pudieran reabastecerse para luego intentar dar con una ruta alternativa a las Indias Orientales.



Cuando finalmente regresó a casa, había establecido un récord al circunnavegar el mundo en menos de dos años; había reclamado las Islas Falkland/Malvinas occidentales para la corona británica y casi había iniciado una guerra entre Reino Unido y España en el proceso.

Pero la misión de las islas no había sido exitosa.

Después de bordear la punta de Sudamérica, el explorador se enfrentó a la mayor masa de agua del mundo: el interminable océano Pacífico.

Tras un mes de horizonte azul, apareció una pequeña isla.

Byron anotó la fecha (viernes 7 de junio de 1765) y describió con alegría la "bella apariencia de la isla, rodeada por una playa de la arena blanca más fina, y cubierta de árboles altos, que... formaban los bosques más encantadores".

Sin embargo, se dio cuenta rápidamente de que era imposible acercarse con el barco.

Con el alto oleaje y una costa de coral poco profunda, no se podía realizar un anclaje seguro.

Luego estaban los nativos, señaló Byron, que se acercó en una lancha más pequeña y los vio blandir lanzas de cinco metros de largo.

"Nos matarían... si nos aventuramos a la orilla", escribió en su diario.

"(Ellos) emitían uno de los gritos más horribles que jamás había escuchado, apuntando al mismo tiempo sus lanzas, y agarrando grandes piedras que tomaban de la playa".

Byron retrocedió y zarpó hacia la isla vecina, más grande, pero tampoco pudo anclar.

Menos de 20 horas después de llegar, volvió a zarpar, dejando su frustración en un nuevo mapamundi: nombró a estos atolones como "islas de la Decepción".

El mapa se publicó después de su viaje, y el apodo ha permanecido desde entonces.

Redescubrimiento
Me reí a carcajadas cuando vi por primera vez el nombre en el registro marino de Byron durante un ataque de insomnio, y me quedé leyendo hasta el amanecer.

Una búsqueda en internet apuntó a Napuka y Tepoto, un par de puntos remotos en el Pacífico sur, en el archipiélago de Tuamotu, el mayor grupo de atolones de coral del planeta.

Con solo cuatro kilómetros cuadrados, Tepoto es una de las 118 islas y atolones más pequeños de la Polinesia Francesa. Es la primera de las islas donde Byron no pudo llegar.

254 años después de su intento, las islas de la Decepción todavía resultan difíciles de acceder.

Ubicada a casi 1.000 km de la capital de Tahití, Papeete, Napuka es una de las islas más remotas de la Polinesia Francesa, y una parada rápida en una ruta aérea circular más grande. No hay hoteles, no hay restaurantes, no hay industria turística.

Mi deseo como viajero era aparecer sin anunciarme, como aquellos marines británicos, abiertos al destino de la verdadera exploración.

Dejé de lado la opción de pasar largos meses en el mar y opté por un vuelo de 18 horas a Tahití desde Washington DC..

Después de una noche en Papeete, abordé una avioneta a Napuka.



El viaje
La intensidad del azul me asombró tanto como la inmensidad del agua.

Se cree que la Polinesia es una de las últimas áreas en la Tierra en la que se asentaron los humanos.

Aterrizamos en el atolón de Fakarava, donde se quedó al menos la mitad de los 20 pasajeros.

Diez minutos después estábamos de vuelta en el aire.

Transcurrió otra hora antes de que reconociera la pequeña Tepoto: sola y minúscula en el océano.

El avión giró a la derecha y vi Napuka. Justo antes de aterrizar, apareció un destello de tejados de metal y palmeras verdes, algunos caminos de tierra y el campanario de una iglesia.

Cuando se abrieron las puertas, el aire caliente y denso saturó el avión y corrí hacia la sombra del aeropuerto.

Parecía que toda la isla había venido a recibirnos, el primer vuelo que aterrizó en semanas.

Las familias corrieron hacia nosotros. Como extranjero solitario, me aparté, observando torpemente el ritual de bienvenida, sintiéndome ya invasivo e incómodo.

"¿Estás aquí de vacaciones?", me preguntó un joven en francés.

Sonreí y me encogí de hombros. "Oui". Era más fácil de explicar que el hecho de que leer una madrugada el diario de un capitán del siglo XVIII me había llevado a embarcarme en esta búsqueda.

Se llamaba Jack, y él y su colega Evarii eran técnicos electrónicos de Tahití y atendían todas las sirenas de alerta de tsunamis en la Polinesia Francesa.



Habían venido a reparar la sirena en Tepotoy, como yo, tendrían que quedarse ocho días antes del próximo vuelo de regreso.

Pero ¿por qué había venido?, me preguntó Jack. ¿Dónde me quedaría? ¿Sabía que no había "servicios" en Napuka?

Evarii parecía molesto por mi presencia.

Pronto se me acercó una mujer con un amplio sombrero de paja cubierto con flores que ensombrecían su rostro.

Su nombre era Marina y como tavana (alcaldesa, en tahitiano) del atolón de 300 personas, supervisaba todo lo que sucede en Napuka, incluido cada vuelo que aterrizaba en el aeropuerto.

"¿Por qué no nos contactaste para avisarnos de que ibas a venir?", me interrogó. "¡No hemos preparado nada!".

Solté una respuesta poco convincente, diciendo que no quería ser una carga.

"¿Quieres visitar Tepoto?", me preguntó, porque ya se había organizado un barco para los técnicos. Sí, quería visitar Tepoto. Esa fue la primera isla esquiva de Byron y, aparte del barco con suministros una vez al mes, no había manera de llegar a ella.



"Ven con nosotros", dijo Jack, sonriendo. Evarii resopló. "¿Sabes que no hay agua allí?", me increpó, mirando mi escaso equipaje. Lo sabía.

Prácticamente había memorizado la entrada de Wikipedia: "Estas islas son áridas y no son especialmente propicias para la ocupación humana".

Tenía unos pocos litros de agua en mi bolsa, apenas suficiente para un día.

"Podemos compartir", intervino Jack.

Antes de partir, ayudé a cargar el pequeño bote con suministros, incluido un gran enfriador de agua potable que los técnicos habían traído como carga desde Tahití.

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