Nueva York: el papa Francisco ofició una misa en el Madison Square Garden


*Dedicó su homilía a los "ciudadanos de segunda categoría, los que esconden el rostro por carecer de derechos o tener una ciudadanía"

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Nueva York: el papa Francisco ofició una misa en el Madison Square Garden
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Septiembre 27, 2015 21:48 hrs.
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Homilía del Papa Francisco en Misa en Madison Square Garden en Nueva York

NUEVA YORK, 25 Sep. 15 / 05:33 pm (ACI).- El Papa Francisco pronunció la homilía de la Misa ante miles de personas en el emblemático Madison Square Garden en Nueva York. A continuación el texto completo en español de las palabras del Santo Padre:


NUEVA YORK.- El papa Francisco dedicó la homilía de la misa que ofició en el Madison Square Garden de la ciudad de Nueva York a los "ciudadanos de segunda categoría", los que "esconden el rostro" por carecer de derechos.

"Las grandes ciudades se vuelven polos que parecen presentar la pluralidad de maneras que los seres humanos hemos encontrado de responder al sentido de la vida en las circunstancias donde nos encontrábamos", explicó el pontífice.


Francisco cerró hoy su visita a Nueva York llamando a la esperanza y la solidaridad en la misa en el Madison Square Garden ante 20.000 personas, algunas emocionadas hasta las lágrimas.

Tras un día y medio de intensa actividad en la ciudad más grande de Estados Unidos, tierra de adopción de millones de inmigrantes, el papa habló en español para rendir homenaje a la diversidad de las metrópolis, pero subrayando también sus "desafíos".


"En las grandes ciudades, bajo el ruido del tránsito, bajo 'el ritmo del cambio', quedan silenciados tantos rostros por no tener 'derecho' a ciudadanía, no tener derecho a ser parte de la ciudad, los extranjeros, los hijos de éstos (y no solo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sin techo, los ancianos solos", dijo.

Francisco y su misa multitudinaria en el mítico Madison Square Garden
Francisco y su misa multitudinaria en el mítico Madison Square Garden.Foto:Reuters

En ese sentido, invitó a los neoyorquinos a salir al encuentro de sus prójimos: "Vayan, una y otra vez, vayan sin miedo, sin asco, vayan", afirmó. Algunos fieles habían esperado horas para poder asistir a la misa a raíz de las draconianas medidas de seguridad.

Pero la atmósfera era de euforia, como en cada etapa de la agenda del papa de 78 años, recibido por una multitud entusiasta el jueves por la tarde en la Quinta Avenida y ovacionado por unas 90.000 personas en una procesión en Central Park este viernes.

En el Madison Square Garden, dio una vuelta en un vehículo de golf antes de la misa deteniéndose para bendecir a algunas personas. Francisco concluirá su visita a Estados Unidos el domingo en Filadelfia.

Ciudadanos de segunda

"Las grandes ciudades esconden el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o ser ciudadanos de segunda categoría", afirmó Francisco en la misa.

"En las grandes ciudades, bajo el ruido del tránsito, bajo 'el ritmo del cambio', quedan silenciados tantos rostros por no tener 'derecho' a ciudadanía, no tener derecho a ser parte de la ciudad", agregó Jorge Mario Bergoglio.

Entre esos mencionó a "los extranjeros, los hijos de estos (y no solo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sintecho, los ancianos solos-, quedando al borde de nuestras calles, en nuestras veredas, en un anonimato ensordecedor".

"Se convierten en parte de un paisaje urbano que lentamente se va naturalizando ante nuestros ojos y especialmente en nuestro corazón", dijo Francisco.

La homilía formó parte de la liturgia de una misa con la que el papa terminó una intensa jornada que comenzó en la sede de Naciones Unidas, le siguió una oración interreligiosa en la "zona cero" y una visita a una escuela con niños y familias inmigrantes.

Estamos en el Madison Square Garden, lugar emblemático de esta ciudad, sede de importantes encuentros deportivos, artísticos, musicales, que logra congregar a personas provenientes de distintas partes, y no solo de esta ciudad, sino del mundo entero. En este lugar que representa las distintas facetas de la vida de los ciudadanos que se congregan por intereses comunes, hemos escuchado: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz» (Is 9,1). El pueblo que caminaba, el pueblo en medio de sus actividades, de sus rutinas; el pueblo que caminaba cargando sobre sí sus aciertos y sus equivocaciones, sus miedos y sus oportunidades. Ese pueblo ha visto una gran luz. El pueblo que caminaba con sus alegrías y esperanzas, con sus desilusiones y amarguras, ese pueblo ha visto una gran luz.

El Pueblo de Dios es invitado en cada época histórica a contemplar esta luz. Luz que quiere iluminar a las naciones. Así, lleno de júbilo, lo expresaba el anciano Simeón. Luz que quiere llegar a cada rincón de esta ciudad, a nuestros conciudadanos, a cada espacio de nuestra vida.«El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Una de las particularidades del pueblo creyente pasa por su capacidad de ver, de contemplar en medio de sus «oscuridades» la luz que Cristo viene a traer. Ese pueblo creyente que sabe mirar, que sabe discernir, que sabe contemplar la presencia viva de Dios en medio de su vida, en medio de su ciudad. Con el profeta hoy podemos decir: el pueblo que camina, respira, vive entre el «smog», ha visto una gran luz, ha experimentado un aire de vida.

Vivir en una ciudad es algo bastante complejo: contexto pluricultural con grandes desafíos no fáciles de resolver. Las grandes ciudades son recuerdo de la riqueza que esconde nuestro mundo: la diversidad de culturas, tradiciones e historias. La variedad de lenguas, de vestidos, de alimentos. Las grandes ciudades se vuelven polos que parecen presentar la pluralidad de maneras que los seres humanos hemos encontrado de responder al sentido de la vida en las circunstancias donde nos encontrábamos. A su vez, las grandes ciudades esconden el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o ser ciudadanos de segunda categoría. En las grandes ciudades, bajo el ruido del tránsito, bajo «el ritmo del cambio», quedan silenciados tantos rostros por no tener «derecho» a ciudadanía, no tener derecho a ser parte de la ciudad –los extranjeros, sus hijos (y no solo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sin techo, los ancianos solos–, quedando al borde de nuestras calles, en nuestras veredas, en un anonimato ensordecedor. Y se convierten en parte de un paisaje urbano que lentamente se va naturalizando ante nuestros ojos y especialmente en nuestro corazón.

Saber que Jesús sigue caminando en nuestras calles, mezclándose vitalmente con su pueblo, implicándose e implicando a las personas en una única historia de salvación, nos llena de esperanza, una esperanza que nos libera de esa fuerza que nos empuja a aislarnos, a desentendernos de la vida de los demás, de la vida de nuestra ciudad. Una esperanza que nos libra de «conexiones» vacías, de los análisis abstractos o de rutinas sensacionalistas. Una esperanza que no tiene miedo a involucrarse actuando como fermento en los rincones donde nos toque vivir y actuar. Una esperanza que nos invita a ver en medio del «smog» la presencia de Dios que sigue caminando en nuestra ciudad. Porque Dios está en la ciudad.

¿Cómo es esta luz que transita nuestras calles? ¿Cómo encontrar a Dios que vive con nosotros en medio del «smog» de nuestras ciudades? ¿Cómo encontrarnos con Jesús vivo y actuante en el hoy de nuestras ciudades pluriculturales?

Profeta Isaías nos hará de guía en este «aprender a mirar». Habló de la luz que es Jesús y ahora nos presenta a Jesús como «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz» (9,5-6). De esta manera, nos introduce en la vida del Hijo para que también esa sea nuestra vida.

«Consejero maravilloso». Los Evangelios nos narran cómo muchos van a preguntarle: «Maestro, ¿qué debemos hacer?». El primer movimiento que Jesús genera con su respuesta es proponer, incitar, motivar. Propone siempre a sus discípulos ir, salir. Los empuja a ir al encuentro de los otros, donde realmente están y no donde nos gustarían que estuviesen. Vayan, una y otra vez, vayan sin miedo, vayan sin asco, vayan y anuncien esta alegría que es para todo el pueblo.

«Dios fuerte». En Jesús Dios se hizo el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, el Dios que camina a nuestro lado, que se ha mezclado en nuestras cosas, en nuestras casas, en nuestras «ollas», como le gustaba decir a Santa Teresa de Jesús.

«Padre para siempre». Nada ni nadie podrá apartarnos de su Amor. Vayan y anuncien, vayan y vivan que Dios está en medio de ustedes como un Padre misericordioso que sale todas las mañanas y todas las tardes para ver si su hijo vuelve a casa, y apenas lo ve venir corre a abrazarlo. Esto es lindo. Un abrazo que busca asumir, busca purificar y elevar la dignidad de sus hijos. Padre que, en su abrazo, es «buena noticia a los pobres, alivio de los afligidos, libertad a los oprimidos, consuelo para los tristes» (Is 61,1).

«Príncipe de la paz». El andar hacia los otros para compartir la buena nueva que Dios es nuestro Padre, que camina a nuestro lado, nos libera del anonimato, de una vida sin rostros, una vida vacía y nos introduce en la escuela del encuentro. Nos libera de la guerra de la competencia, de la autorreferencialidad, para abrirnos al camino de la paz. Esa paz que nace del reconocimiento del otro, esa paz que surge en el corazón al mirar especialmente al más necesitado como a un hermano.

Dios vive en nuestras ciudades, la Iglesia vive en nuestras ciudades y Dios y la Iglesia que viven en nuestras ciudades quieren ser fermento en la masa, quiere mezclarse con todos, acompañando a todos, anunciando las maravillas de Aquel que es Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz.

«El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz» y nosotros cristianos, somos testigos.

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