El Tijeretazo Político.
Joaquín Bojorges
En Michoacán, la política nunca se libra de la sombra de la violencia. El asesinato de Carlos Manzo, líder social de Uruapan, dejó una herida abierta que su viuda, Grecia Quiroz, ha convertido en bandera de denuncia y en plataforma política. Su ascenso como alcaldesa y sus señalamientos contra figuras de Morena han incomodado a más de uno.
Gerardo Fernández Noroña, fiel a su estilo de confrontación, no dudó en arremeter contra ella. La acusó de ’ambiciosa’ y de usar el dolor como trampolín electoral. Incluso la tachó de ’fascista’, en un tono que recuerda más a la arena del debate televisivo que a la prudencia institucional.
La pregunta inevitable es si estas declaraciones responden a un impulso personal —Noroña es conocido por su verbo incendiario— o si forman parte de una estrategia más amplia para desviar la atención de otros temas que incomodan a la 4T en Michoacán. No hay pruebas de un plan coordinado, pero el efecto es claro: el ruido mediático desplaza la discusión sobre inseguridad, corrupción y la fragilidad institucional del estado.
El episodio revela dos cosas:
- La fragilidad del debate político, donde el dolor de las víctimas se convierte en arma arrojadiza.
- La normalización de la confrontación como táctica, que puede ser eficaz para polarizar, pero empobrece la discusión pública.
En un país donde la violencia política ha cobrado tantas vidas, reducir la voz de una viuda a un cálculo electoral es más que un exceso retórico: es un recordatorio de cómo la política mexicana sigue atrapada entre la tragedia y la disputa de poder.
La ciudadanía merece más que insultos y descalificaciones. Merece un debate sobre cómo garantizar justicia, seguridad y memoria. Lo demás, sea mutuo propio o distractor, es ruido que nos aleja de lo esencial.